«Hay fuertes razones para creer que la verdadera masonería no es más que la Ciencia del Hombre por excelencia, es decir, el conocimiento de su origen y su destino».
Partiendo del principio de que el hombre, en el sentido genérico del término, no se ha conservado en el estado que originalmente le era propio, constatación que es preliminarmente humillante, fue necesario establecer, para responder a una situación insoportable, una especie de estrategia de reparación que tuviera la función de permitir el paso de las tinieblas a la luz mediante la práctica constante y metódica de las virtudes cardinales y teologales, de modo que ciertas almas elegidas, para las que se necesitaba una ayuda especial, pudieran progresar hacia un nuevo estado del ser.
Era necesario, pues, que se erigiera una Orden Iniciática de esencia caballeresca, más de una caballería de carácter meramente espiritual, pues estaba destinada a librar una batalla sutil situada en lo invisible, capaz de luchar no para restablecer una Orden material desaparecida a favor de la Historia en el siglo XIV, sino contra los restos de la degradación original, entablando una lucha susceptible de reducir y de abatir a las fuerzas malsanas que han ido envolviendo a los seres en las oscuras mazmorras del dominio de las sombras desde la Caída.
Y es precisamente este objetivo el que convencería a Joseph de Maistre cuando escribió: «*Hay fuertes razones para creer que la verdadera masonería es sólo la Ciencia del Hombre por excelencia, es decir, el conocimiento de su origen y su destino*».(1)
Una Ciencia cuyo único objetivo es reconstruir al hombre, haciéndole sentir su degradación:
“¡Ser degradado!, a pesar de tu primitiva grandeza, ¿quién eres tú delante del Eterno? Adórale desde el polvo y separa cuidadosamente este principio celeste e indestructible de mezclas extrañas; cultiva tu alma inmortal y perfeccionable, y hazla susceptible de ser unida al origen puro del bien, entonces será liberada de los groseros vapores de la materia. Es así que serás libre en medio de la esclavitud, dichoso en el centro mismo de la desgracia, inamovible en el más fuerte de los temporales y podrás morir sin temor” (2)
Volviendo, en la sucesión de grados, con un sentido consumado de la pedagogía en las grandes líneas de la Historia Universal, Jean-Baptiste Willermoz, que observará sobre este punto una gran fidelidad a la enseñanza de Martinès de Pasqually, envolverá toda la perspectiva de su sistema en una sutil y eficaz obra de regeneración, siguiendo casi, paso a paso, las diferentes etapas que vieron a Adán ser desposeído de su estado glorioso y luego expulsado del Edén, para venir a soportar en este mundo tenebroso el dolor de un exilio, mismo que le valdrá como una dolorosa expiación sufrida en primer lugar (por él mismo), pero que todo hombre tendrá la necesidad de aceptar y llevar a cabo para poder colaborar en el lento trabajo de purificación, esto a fin de beneficiarse de la gracia salvífica del Divino Reparador, ofrecida ahora, después del Calvario, libre y gratuitamente a toda criatura deseosa de retornar, por la Fe, al camino que conduce a la inefable comunión con el Eterno.