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Las Bases Doctrinales de la Orden

Publicado por << La Sincérité >> - Logia Conservatorio de la Orden – D.N.R.F. – G.D.D.G.

25 de febrero de 2019

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<< ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? >> (I Corintios 3,16)

La intención willermoziana

El objetivo de Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824) fue instituir una estructura, constituir una Orden capaz de responder a las exigencias del Evangelio, una auténtica sociedad, o más exactamente, y digámoslo claramente, una <<Caballería>> cristiana, con el objeto de levantar un edificio dedicado a la Gloria del Eterno, edificio capaz de escapar a la amenaza del tiempo y a la locura de los hombres, siendo una morada invisible, un Templo <<místico>> inaccesible a los profanos, un tabernáculo de carne habitado y penetrado por el Espíritu del Señor.

Perfectamente consciente de que el único criterio que el Cielo exige ahora a los que participaron en Adán de la horrible prevaricación, del << pecado original >>, era que fueran puros de corazón, que se establecieran en un firme arrepentimiento de sus faltas y que alimentaran una justa aspiración a liberarse de las tinieblas del vicio y de la muerte, Willermoz concibió y así laboriosamente formó, dotado de una rara inteligencia, las bases doctrinales del Régimen Escocés Rectificado, y puso toda su energía en la <<rectificación>> llevada a cabo en el Convento de las Galias de 1778 y en el Convento de Wilhelmsbad en 1782, dotando a su sistema de una estructura que toma mucho más de las reglas y formas de las Órdenes militares de la antigua Caballería medieval, como lo demuestran las leyes que rigen en sus grados superiores a nuestra Orden, más que de las concepciones de la masonería liberal defendidas por los ingleses, que plasmaron su propia visión, poco tradicional, en las famosas Constituciones de 1723 escritas por los pastores Anderson y Desaguliers.

Totalmente extraño a esta perspectiva débilmente religiosa - aunque en su momento mantuvo verdaderas raíces cristianas que desde entonces, como era de esperar dado el espíritu de la época, han sido bastante menoscabadas -, que ignoraba absolutamente todos los elementos teóricos de la doctrina de la << reintegración >> enseñada en el siglo XVIII por Martines de Pasqually, y su Orden de los Caballeros Masones Elus Cohen del Universo, el Sistema Rectificado estableció, desde los primeros instantes de su fundación, principios intangibles que lo hicieron no sólo original, sino sobre todo profundamente diferente del entorno masónico de su tiempo.

La misión de la Orden

La convicción de Willermoz, retomando en cierta manera las palabras del Salmo: << Son veraces del todo tus dictámenes; la santidad es el ornato de tu Casa, oh Yahveh, por el curso de los días >> (Salmo 93, 5), se basaba en la certeza de que el hombre no puede dar un solo paso en el camino de la iniciación en el estado en que se encuentra en el plano natural; por lo tanto, es imperativo que se purifique de antemano, que trabaje para obtener un corazón puro, ya que ninguna profanación, procedente de la criatura enferma, puede entrar en el Templo del Eterno.

Después de esta observación preliminar, para responder a una situación insoportable, era necesario establecer una especie de estrategia con un objetivo restaurador, cuya función sería permitir el paso de las tinieblas a la luz mediante la práctica constante y metódica de las virtudes cardinales y teologales. Así fue necesario que, para ciertas almas elegidas y destinadas a una ayuda especial, se pudiera erigir una Orden Iniciática de esencia caballeresca, capaz de luchar contra los rastros de la degradación, capaz de emprender un combate para reducir y abatir las fuerzas malsanas que encierran a los seres en las oscuras mazmorras del dominio de las sombras.

La raíz del mal proviene de la ruptura que se produjo entre Dios y el hombre, habiendo este último, desgraciadamente, dañado y desfigurado el estado que le fue dado inicial y originalmente por el Creador, que nos hizo, al final de su obra creadora, << a su imagen y a su semejanza >> (Génesis 1:26).

Desde la Caída, el mal ha penetrado así en todas las esferas, desde la más pequeña parcela de vida, << el mal lo ha contaminado todo, y, en un sentido muy verdadero, todo es malo ya que nada está en el lugar que le corresponde. [...] Todos los seres gimen y tienden con esfuerzo hacia otro orden de cosas [1] >>, reafirmará Maistre con severidad en las Veladas de San Petersburgo, mientras que al mismo tiempo, el amigo del conde de Saboya, Louis-Claude de Saint-Martin, nos pedirá, ante todo, que examinemos el alcance de nuestra responsabilidad en sentencias de rara y lúcida profundidad: << Como no podemos culpar a la suprema sabiduría por haber conspirado de ninguna manera con nosotros en el abuso de estos sublimes privilegios, nos vemos obligados a atribuir todos los males al libre poder de nuestro ser, que siendo frágil por su naturaleza se ha entregado a su propia ilusión, y se ha precipitado al abismo de su propia culpa (...) ya no podemos sino ser testigos del oprobio y la mentira. [2] >>

Por eso, cuando en su locura criminal, Adán, por ceguera y debilidad, escuchó y se dejó seducir por el discurso engañoso del demonio, pisoteando vergonzosamente los mandamientos divinos, se puso en la imposibilidad de reunirse con su Principio. A causa de esto, la Luz del Cielo ya no podía cruzar ese campo de ruinas monstruosas que ahora representaba el corazón árido y venenoso de la criatura en alianza con los espíritus perversos, la santa y saludable Luz del Cielo fue detenida, por desgracia, por una frontera que la Divinidad, por bondad y amor, no quería romper, una frontera que no es otra que la de nuestra libertad.

En efecto, como el Filósofo Desconocido señalará una vez más: << Lo que impide que la reacción de los fuegos espirituales divinos llegue al fuego espiritual del hombre son las contaminaciones que la unión con los seres de las tinieblas hace contraer, que, siendo impuras, no pueden comunicarse con los puros, y forman alrededor del hombre una envoltura y una barrera que intercepta la comunicación de estos fuegos. Para que se produzca la unión, es necesario que la acción del hombre, en conjunción con la reacción divina, rompa y disipe la barrera tenebrosa, y sólo a través de esta unión puede ser vivificado.[3] >>

Por lo tanto, se nos pide, en tanto que herederos y portadores del pecado de Adán, y en razón de los elementos objetivos que encontramos a nuestro alrededor cuando venimos a este mundo, librar una batalla, entablar una lucha espiritual, y hacerlo, si Cristo en la Cruz ha superado, para nosotros, evidentemente, de manera definitiva la muerte y el poder del Adversario, sin embargo, como comprenderá Jean-Baptiste Willermoz, para responder al deber de acción que incumbe a las criaturas salvadas por el sacrificio de Jesús, hay que forjar y seguir una disciplina, una regla sostenida por una sociedad santa capaz de llevar a la batalla y a la victoria a las almas que aspiran a romper la temida << barrera tenebrosa >>; almas valientes que se han revestido con << el escudo de la Fe >>, << el yelmo de la salvación >> y << la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios >> (Efesios 6:16-17), sabiendo que es en la unidad, unidos por una causa justa, que podremos perseverar en nuestra misión cuando estemos solos y aislados a causa de nuestra debilidad constitutiva, inevitablemente atrapados por las fuerzas negativas, inmediatamente devorados por los poderes hostiles, arrastrados por nuestras pasiones desenfrenadas que acechan a la más mínima de nuestras desviaciones, el más mínimo fracaso, la más mínima disminución de nuestro ardor espiritual para desviarnos de nuestros deberes y obligaciones como hijos de Dios.

  • Notas

[1] J. de Maistre, OEuvres Complètes, t. I., Librairie Emmanuel Vitte, 1854, p. 39.

[2] L.- C. de Saint-Martin, Ecce Homo, § II, Demeter, 1987, § II & III, p. 17.

[3] Leçons de Lyon, n° 92, mercredi 6 mars 1776, SM.

  • Esto no es una traducción oficial.

Fuente: https://lasinceritelogeconservatoire.dnrf-gddg.org/?p=309#_ftnref1


Régimen Escocés Rectificado. Masonería Cristiana. Convento de las Galias de 1778 y de Wilhelmsbad de 1782.

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